Testimonios para la historia

Palabras del Dr. Francisco Kerdel Vegas

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“La ausencia de ese gran venezolano -sobre todo entusiasta y franco- el doctor Alberto Guinand Baldó, le va a restar mucho al necesario colorido de esta narrativa, amén de que mi memoria cada día pierde la tan necesaria nitidez y precisión, pero la insistencia de Oscar Antonio Klemprer y de mi sobrino Carlos Rivas Kerdel y la lealtad con la institución que ayudé a crear -el Centro Médico Docente La Trinidad- me obligan moralmente a hacer este esfuerzo nemotécnico, escrito de memoria, para relatarles lo que buenamente recuerdo después de medio siglo.

Mi proximidad familiar con Edgar Chiossone Lares (estaba casado con mi hermana Lillian) y el hecho de que en ese entonces trabajábamos bajo un mismo techo, ya que a su regreso de especializarse como otorrinolaringólogo en los Estados Unidos (New York y Los Ángeles), tenía espacio para él en mi nuevo consultorio de Chuao (el Centro Dermatológico), me dieron amplia oportunidad para conversar sobre la posibilidad de establecer en Caracas un nuevo hospital privado para incorporar muchas de las ideas que habíamos aprendido en los Estados Unidos, durante nuestra formación como especialistas y que juzgábamos indispensables para el futuro de la medicina nacional.  Era bastante evidente que después de la II Guerra Mundial, los norteamericanos reemplazaban gradual pero inexorablemente la penetrante influencia francesa (parisina) de nuestra forma de entender y practicar la medicina, y que esa compleja tarea necesariamente había recaído en nuestros hombros, como la generación que cambió a Francia por los Estados Unidos como la Meca de sus ideales, consecuencia lógica de la importancia que adquirió la primera potencia del mundo después de la victoria aliada.

De estas conversaciones surgió la idea -de Edgar- de incorporar a Alberto Guinand Baldó, quien era de su misma promoción y se había especializado en cardiología en Boston. En estas reuniones posteriores de los tres nos pusimos de acuerdo en la estrategia a seguir:

  1. Diseñar un proyecto ambicioso que integrara un esfuerzo destinado a establecer un gran centro asistencial (hospital y consultas externas) sin fines de lucro para pacientes que pudiesen pagar los costos y honorarios profesionales e igualmente para quienes careciesen de medios económicos, donde se impartiese docencia, para que eventualmente pudiese ser la sede de una escuela de medicina privada, con posibilidades para desarrollar múltiples proyectos de investigación clínica, y localizado en el área metropolitana de Caracas.
  2. Obtener el apoyo y respaldo de una institución universitaria privada. En aquel entonces tal propósito tenía al nacer nombre y apellido, ya que necesariamente teníamos que entrar en contacto con la única universidad privada existente, la Universidad Católica Andrés Bello. Lo que se hizo a través de su Rector, el respetado y muy recordado Padre Carlos Reyna, s.j. El proyecto fue conocido y respaldado por el Arzobispo de Caracas, Cardenal José Humberto Quintero.
  3. Identificar un médico joven, que tuviese la formación, capacidad y contactos necesarios para liderar el proyecto.  No fue difícil centrar nuestra atención en el doctor Pablo Pulido, hijo del Dr. Manuel Antonio Pulido, graduado de médico en la Universidad Autónoma de México, especializado en los Estados Unidos, casado con Luis Elena Mendoza y por lo tanto hijo político de don Eugenio Mendoza Goiticoa, exitoso empresario y filántropo, cuyo apoyo iba a ser fundamental para este proyecto en incubación. Desde ese entonces el Dr. Pulido ha dedicado el mejor de sus esfuerzos y gran parte de su tiempo a esta obra que representa un ideal generacional cumplido después de muchos años de trabajo dedicado y generoso.
  4. Gracias a los consejos y asesoramiento del Dr. Pedro González Rincones, tío político de Alberto, entramos en contacto con su sobrina Yvonne González Rincones y su esposo don Carlos Klemprer (padres de Oscar Antonio) y de allí surgió la posibilidad de la donación de las tierras en la nueva urbanización La Trinidad, al sureste de la capital, propiedad de la sucesión del Dr. Rafael González Rincones (hermano de don Pedro), quien las había adquirido de doña Elena Sanabria Toro de Vegas (mi bisabuela).
  5. La urbanización tenía un problema de trámites burocráticos con las autoridades del municipio Sucre y gracias a la intervención de don Eugenio, los concejales amigos tomaron en cuenta la donación de amplios terrenos a una fundación sin fines de lucro para construir un nuevo hospital en la zona de su jurisdicción para destrabar dichos trámites e iniciar el proyecto.
  6. Se instaló una pequeña oficina en el edificio Las Fundaciones en la Avenida Andrés Bello (propiedad de don Eugenio) para la nueva fundación, gerenciada desde entonces por el Dr. Pulido.
  7. Gracias a los contactos y buenos oficios de don Carlos Klemprer, quien se convirtió en padrino del proyecto, se obtuvo una invitación de la gran firma alemana Siemens para visitar hospitales y fábricas de equipos radiológicos en Alemania. Fuimos en esa misión además de don Carlos, los doctores Chiossone, Pulido y quien suscribe.
  8. Se inicia una relación de colaboración con la Universidad de Stanford en Palo Alto, California, gracias a la amistad con el profesor de dermatología de esa institución, Dr. Eugene M. Farber, y se establece la Fundación Orinoco, gerenciada por el Dr. Pulido, para mantener activa esa valiosa cooperación y asesoramiento.

Como es posible entender, por lo arriba escrito, se dieron una serie de circunstancias “providenciales” que permitieron unir esfuerzos para iniciar un proyecto muy ambicioso, cuya culminación tomó muchos años y mucho trabajo. Estoy convencido que la mayoría de los numerosos médicos, auxiliares, enfermeras y los miles de pacientes que concurren hoy diariamente al Centro Médico Docente La Trinidad ignoran por completo el origen de la institución y el enorme esfuerzo necesario para culminar esta gran obra -cuya narración es objeto de otros capítulos- y pienso que es conveniente que dichos esfuerzos y trabajos sean conocidos y apreciados y sobre todo que sirvan de ejemplo a las futuras generaciones que ahora tienen el reto de reconstruir a Venezuela”.

 

Dr. Francisco Kerdel Vegas

22 de junio de 2017

Conversatorio con el Dr. Edgar Chiossone Lares

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“Quienes pusimos la semilla de este enorme árbol fuimos Francisco Kerdel Vegas, Alberto Guinand Baldó y yo.

Era el año 1963, el Dr. Kerdel Vegas, quien es mi cuñado, me llamó el día 19 de marzo de 1963, ¿por qué me acuerdo? Porque era el día de San José y era día de fiesta aquí en Venezuela. Como a las 10:30 de la mañana me llama Francisco (Kerdel Vegas) y me dice: ¿por qué no nos vamos a la Universidad Católica a hablar? Le dije: yo te acompaño, vámonos. Salimos y nos fuimos y llegamos a la esquina de Jesuitas donde había estado el colegio San Ignacio y allí estaba funcionando la UCAB. Francisco (Kerdel Vegas) parece que había hablado con el padre Reyna, esa parte si no la sé yo, porque yo sé que llegamos allá y el padre Goicoechea -que era el rector de la universidad- nos recibió muy amablemente.

Yo le eché el cuento, entre los dos hablamos, el padre se mostró muy interesado en una facultad de medicina, pero después nos tumbó las alas porque dijo: desearía muchísimo tener una facultad de medicina, pero no tenemos hospital, ni la posibilidad de tener un hospital, y una facultad de medicina sin hospital es prácticamente imposible.

Bueno, salimos Francisco (Kerdel Vegas) y yo y en ese momento que venimos en el automóvil salimos de allí, le digo: oye, Francisco, voy a llamar a Alberto, Alberto Guinand, él puede tener idea, es como un hermano mío y estudiamos juntos toda la carrera.

Bueno, llamo a Alberto (Guinand) y le echo el cuento. Y le digo: un hospital, yo me pregunto, dónde, cuándo y cómo, y no veo las respuestas. Entonces me dice Alberto (Guinand): mira, allí en La Trinidad, ese lugar es de la familia González Rincones y mi tío Pedro -que el tío Pedro era el profesor de radiología de la UCV, ahí arriba en el Vargas- y nosotros, como era el tío de Alberto (Guinand), pues le llamábamos también “el tío Pedro” …

A los días me llama Alberto (Guinand) y me dice: mira, el tío Pedro ha hablado con la familia y el señor don Carlos Klemprer, quien fue un hombre maravilloso y a quien le tengo un gran cariño y aprecio, dijo que sí, la familia está con el deseo de hacer la donación. Yo no sabía que había problemas como dice ahí Francisco (Kerdel Vegas), pero de esa parte no me acuerdo yo…

Pero resulta que nosotros quedamos con los ojos abiertos. Primero, esa tierra es muy buena, eso está muy bien ubicado en la ciudad de caracas. Y ahora: los reales, faltan los reales para hacer el hospital. Francisco (Kerdel Vegas) dice: mira, por qué no pedimos una cita con don Eugenio Mendoza, quiero aclarar, Pablo (Pulido) estaba todavía en Boston, no había venido, estaba terminando los estudios en Boston, entonces don Eugenio nos da una cita y vamos a hablar con él, le explicamos todo esto de la escuela de medicina privada de alta calidad académica y tecnológica para que se pudiera ver cómo se podía hacer, porque la tierra está en proceso de donación y se necesita capital para empezar todo esto y hacerlo.

Don Eugenio, que era un hombre maravilloso, él dijo sí, inmediatamente se entusiasmó con la idea, y me dijo: vamos a poner un día, porque yo quiero ir a ver la tierra. Coordinamos un sábado, eso sí, ya no me acuerdo la fecha. Un sábado por la mañana nos reunimos en el Club Germania, que estaba ahí donde queda la Procter. Llegó don Eugenio con su comitiva, el padre Reyna, una fotografía que hay por ahí en la que aparezco yo también. Bueno, él vio los terrenos, estuvimos conversando y fue cuando dijo: vamos a echar esto adelante.

Se empezó entonces a hacer toda la gestión para ver cómo era el trámite.

En eso regresó Pablo (Pulido) de Estados Unidos, que fue una contribución maravillosa porque él hizo muchísimo trabajo, muy bueno, y a él se le debe mucho también de esta institución. Él regresó, pero ya había terreno y había un compromiso para empezar a hacer una obra y, fundamentalmente, el principio que hemos tenido los fundadores que era que lo primero que había que hacer era un hospital.

Pasó el tiempo, se creó la Asociación Civil La Trinidad. Se crearon el grupo de miembros fundadores, invitamos a don Carlos Klemprer, nos reunimos y empezamos a ver cómo era la cosa. Yo estaba en la Junta Directiva, tenía unos cuantos años en la Junta Directiva, y mantuve siempre un punto: “mientras no haya un hospital, no puede haber una escuela de medicina”, porque sin hospital una escuela de medicina no puede funcionar en ninguna parte del mundo. Bueno, se empezaron a construir unos edificios, etc., etc., yo mantuve mi punto, no me acuerdo ahorita, creo que estuve por 14 años en la Junta Directiva, y siempre mantuve mi punto: se necesita primero que todo el hospital.

Bueno, yo abrí la consulta de Otorrinolaringología, pero ya yo tenía una institución muy montada, nuestra Fundación Venezolana de Otología, yo me ocupé solamente de oídos, no hice las demás (las demás especialidades). Y la fundación, aunque muy pequeña, porque era la contribución de unos cuantos pacientes que recibieron de mi parte el beneficio de recuperar su audición y corregir su problema, ya yo no la podía dejar completamente. Hablé con Pablo (Pulido) y le dije: bueno, Pablo, vamos a ver si se puede incorporar nuestra fundación acá, pero eso se complicaba, era muy difícil, muy complicado, y entonces no se dio.

Yo estuve aquí haciendo consulta con las condiciones de que todo lo que produjera la consulta que le quedaba a La Trinidad y que podía pasar, yo le había pedido a mis fellows que venían conmigo, pero que todo ese dinero era una donación a la Fundación Venezolana de Otología. Así siguieron las cosas.

Pablo (Pulido) vino, yo tenía una buena amistad con el doctor Antonio Mogollón porque en el Hospital Universitario hicimos él y yo la primera inyección que fuera directamente a un área del cerebro que se llama la cisterna pontina y ahí, en ese lugar en la región del ángulo pontocerebeloso, se acumulaba el contraste. Yo venía de formarme en Estados Unidos, nunca se había hecho en el país y lo hicimos, literalmente conseguimos el tumor.

Bueno, Antonio (Mogollón) me acompañó mucho en todas esas aventuras, a mí me costó mucho trabajo operar el primero, pero yo fui el primero en operar a través del oído un tumor del nervio de la audición en el cerebro.

Después siguieron las cosas, yo seguí viniendo a La Trinidad, pero ya después yo no podía abandonar lo que estaba ahí, ya mi hijo se graduaba porque seguía mis pasos y yo dije: “yo no puedo dejar esto solo” y dejé a mis discípulos que sigan en La Trinidad en la consulta. Yo no puedo seguir porque no podía atender las dos cosas a la vez, pero yo tengo la persona, lo voy a recomendar mucho, que es el doctor Antonio Mogollón, entonces hablé con Antonio.

Le dije: “vente”. Él estaba medio reacio, le dije: vente para La Trinidad, te va a ir muy bien”, y él se vino para acá.

Bueno, todo ese cuento es para decirles, pues, que realmente la semilla que hizo crecer este árbol la plantamos el Dr. Kerdel Vegas, el Dr. Alberto Guinand Baldó y yo, Edgar Chiossone Lares. Quería, pues, dejar esto porque lo demás que ya sigue es cuento conocido de todos, ya saben lo que pasó aquí, cómo creció esto y cómo llegó. Y yo estoy muy feliz de haber podido estar con ustedes hoy y les agradezco mucho el tiempo que han tomado para oírme este testimonio, porque soy el único que queda y estuvo allí.

Infraestructura: las piedras fundacionales

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Lo primero que se hizo fue Santa Inés, que fue donde yo pasé la consulta, yo seguía insistiendo, la respuesta siempre en la Junta Directiva era que un hospital era muy costoso y muy difícil de hacer. Mira, el primer proyecto de La Trinidad lo hizo el gran arquitecto de Chicago, Bertrand Goldberg, y yo fui a Chicago para hablar con él porque el proyecto sí, era una cosa fantástica, pero yo no lo veía ni muchos lo veíamos viable, porque era un proyecto espectacular pero muy difícil. Yo fui a hablar con Bertrand Goldberg -por cierto, muy amable-, me invitó a su casa a comer, pero la idea del hospital seguía muy en el aire y la razón era: no hay fondos para hacer un hospital. Pero yo decía: si se va a hacer otro edificio ¿por qué no se pone todo este esfuerzo en hacer el hospital? Bueno, ya después yo me enteré, ya yo me había ido cuando vino Mathison (Eduardo) y las cosas cambiaron y se hizo el hospital. Y gracias a Dios aquí estamos sentados, en el hospital, que es maravilloso, y vengo a La Trinidad con gran emoción.

Pero como lo dije la última vez que me hicieron un homenaje, aquí nos falta la idea de la primera semilla, la facultad de medicina privada de alto nivel académico. Tengo entendido que sí hay pasos en ese sentido, hay ahorita postgrados, pero cuando vengan días mejores tendremos la facultad, no creo que la pueda yo ver, pero esa fue nuestra idea y nuestro deseo fundamental.

Yo no estuve ya en la parte del hospital, pero hasta donde hicimos nosotros se los cuento y eso fue así.

Educación: misión clave para el CMDLT

Siempre fui del principio de que una facultad de medicina sin hospital no puede ser. El hospital es el alma de la facultad.

No había en Venezuela una escuela de medicina privada y todavía no la hay.

Ese fue el concepto y cuando surgió la donación del terreno, y cuando don Eugenio Mendoza entró y dijo “vamos adelante”, fue cuando se hizo la parte legal y todo eso, entonces ahí yo creo que fue un punto muy importante. Pero siempre mantuvimos, o yo por lo menos lo mantuve, que La Trinidad necesitaba un hospital.

Yo me formé, yo empecé mi primer año de medicina en la escuela de medicina en San Lorenzo allá en La Pastora, arriba. Eso era un instituto extremadamente primitivo, y nosotros éramos una llave, éramos cuatro que empezamos a estudiar medicina, pero de pequeños ya nos conocíamos mucho, éramos Alberto Guinand, Pablo Blanco Hernández, Luis Enrique Machado y yo. Nos llamaban las tres Marías, pero éramos cuatro. Cada quien cogió un camino distinto, pero fuimos como hermanos y nos queríamos muchísimo. Pablo Blanco fue uno de los fundadores también.

Pero las escuelas de medicina eran terribles, llenas de profesores maravillosos, José Ignacio Baldó, José “Pepe” Izquierdo, Arnoldo Gabaldón.

Yo había entrado después de que hice mis estudios como profesor en la universidad, como instructor en la catedra de Otorrinolaringología en el Hospital Universitario, que empezó con un grupo de gente que tenía un gran fervor por la medicina, profesores como el Dr. Rísquez, Henrique Benaím Pinto, una cantidad de hombres dedicados profundamente a la medicina y unos grandes profesores, eso se fue perdiendo con el tiempo.

Donde hay mucha gente mala, hay mucha gente buena, pero hay muchos que suben de escala sin tener escalera.

Felicito a quienes siguen aquí luchando por esto y sacándolo adelante. Es un gran esfuerzo que se realiza en momentos donde en todo lo que nos rodea hay gente de bajo cociente intelectual o de alta maldad.

Mi hijo Juan Armando me sucedió aquí con La Trinidad, él se fue a Estados Unidos porque entró en la Universidad de Miami y hoy en día es profesor asistente trabajando muchísimo, ve en promedio 100 pacientes a la semana, el equipo de la universidad maneja todo y él solo se encarga de atender al paciente.

Nuestro rumbo, cuando se compongan las cosas, va a seguir adelante porque esto terminará siendo una escuela de medicina privada.

Para mí fue un golpe muy serio salir de la universidad en 1970 para crear la fundación, me puse a meditar, pero yo vi que ya no seguía adelante la universidad, me puse a pensar que todas las profesiones tienen varias etapas en la formación. La primera es la universidad, el pregrado, eso son los brochazos que le dan a uno para aprender unas cosas que son muy importantes y, en la medida que las captas, eres bueno o malo.

La segunda parte es la formación especializada, en el caso de la medicina es la residencia. La residencia es el golpe duro, te trajeron una piedra y empiezas a darle golpes, pero no logras moldearla completamente porque la intensidad de las enfermedades no permite que los residentes puedan pulir. Después viene la educación continua, la enseñanza posterior, el fellowship, agarrar esa piedra bruta y limarla y sacar, al fin y al cabo, la estatua. La nación (Venezuela) como país en desarrollo tiene muchos problemas médicos y son fundamentales, el problema de las enfermedades infantiles, el cáncer, mil cosas que sufre un pueblo y, por supuesto, hay que dedicarle a eso y yo creo que es el Estado el que tiene que dedicarle a eso a fondo.

Veo a La Trinidad muy bien, va teniendo ya postgrados que son importantes porque ya entran en la parte de la educación continua, y los fellows, eso también puede ser una base muy buena para comenzar, porque mientras no se pueda hacer la escuela, eso es una gran base para comenzar una escuela de medicina. Pero la escuela de medicina tiene que fundarse sobre ya un hospital y yo creo que el futuro es ese. El fin de La Trinidad terminará siendo la creación de una escuela de medicina privada, lo que soñamos en un momento.

Ésta es una institución modelo en el país distinta a todas las demás, es la que más se parece a lo que yo a principio de año (2020) fui a visitar en la Universidad de Miami, que tiene a lo largo de todo el estado de Florida 48 clínicas.

Ese es el sueño, el sueño que da la esperanza, porque la esperanza no es sino un sueño despierto, y a mí me queda la esperanza todavía.

Hay una sed enorme de aprender, yo veo entre la gente joven, que se ha formado bien formada, un gran deseo de aprender, por eso tengo a absoluta seguridad de que aquí va a nacer la primera escuela de medicina privada en el país, que fue nuestro sueño.

Mi motivación y la de Francisco Kerdel, que nos sentábamos muchísimo a conversar, es que el país necesitaba una escuela de alto nivel académico, asistencial y de investigación, y de proyección internacional. Ese fue el motor principal, tiene que haber una escuela privada porque tú no le puedes exigir a la Universidad Central (de Venezuela) que haga esas cosas por el volumen de estudiantes, por el agobio que tiene la enseñanza. Esa fue la motivación original”.

 

Dr. Edgar Chiossone Lares

09 de diciembre de 2020

Historia del Centro Médico Docente La Trinidad: el inicio de un proyecto de salud y docencia

Conversación con el Dr. Alberto Guinand Baldó

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Palabras del Dr. Carlos Guinand Hernández y hermanos

“En nuestra casa hemos crecido y vivido intensamente con el Centro Médico Docente La Trinidad. La vida de nuestro padre, Alberto Guinand Baldó, estuvo envuelta en este maravilloso proyecto desde inicios de 1964, siendo él un médico de apenas 32 años, hasta su muerte en marzo de 2016 cuando contaba con 84 años. Fueron 52 años entregados a aquello que inició como una sencilla reunión entre tres colegas médicos, llenos de sueños y energías, y que terminaría como un centro social de salud y educación de gran magnitud.
En diciembre de 2015, estando nuestro padre bastante enfermo producto de un enfisema pulmonar, pero con total lucidez mental, nos sentamos sus hijos y Carmen Elena, nuestra madre, en la terraza de la Qta. La Tinaja en Los Chorros, nuestro hogar desde 1968, con la finalidad de que nuestro viejo nos contara cómo fueron esos primeros pasos para la creación y fundación del Centro Médico Docente La Trinidad
‘¿Papá, cuéntanos como inició La Trinidad?’ fue la única pregunta que le hicimos sus hijos.
Lo que viene a continuación es la narración de esa conversación (que quedó grabada), donde el Dr. Alberto Guinand con mucho orgullo, pero a la vez mucha humildad, describe con detalles cómo fue la concepción y formalización del proyecto en su primera etapa, entre 1964 y 1965 de lo que luego se llamaría Centro Médico Docente La Trinidad”.

Palabras del Dr. Alberto Guinand Baldó

 

“Todo comenzó un día equis de 1964, muy al principio de ese año. Edgar Chiossone, Francisco Kerdel Vegas y yo estábamos reunidos, no sé si para algo específicamente, pero recuerdo que hablamos de la importancia que tendría para Venezuela construir una escuela de medicina privada con su hospital docente. Ya te puedes imaginar la magnitud del proyecto.

Para esa época el Hospital Universitario de Caracas y, sobre todo, la UCV misma, estaban encendidos, aquello era una trifulca para entrar y salir.

Nos reunimos y nos dimos cuenta de la necesidad de una escuela de medicina privada y, por lo tanto, de un hospital docente privado. Eso era un plan de envergadura muy difícil de poder llevar a término, necesitábamos una ley de universidades y estar adscritos a una universidad. Por tal motivo, decidimos hacerle una visita al rector de la Universidad Católica Andrés Bello que para ese entonces era el padre Carlos Reyna S.J. No teníamos un proyecto concreto, solo ideas, así que le explicamos nuestros pensamientos. Él nos dijo con toda claridad ‘yo, como rector de la universidad, muy probablemente pueda apoyarlos desde el punto de vista académico, pero con una condición: ni un centavo podemos dar’.

Efectivamente, no le faltaba razón. Primero, la inversión era inmensa; segundo, la Universidad Católica en el año 64 todavía estaba en plena construcción y consolidación de sus escuelas y facultades que ya tenían planificadas, pero teníamos por lo menos el apoyo nominal de esta casa de estudios, hasta el punto de que después de eso, por mucho tiempo, el rector o quien él nombrara de la UCAB formaba parte de nuestra junta directiva una vez constituida la Asociación Civil.

Entre los tres (Chiossone, Kerdel y Guinand) decidimos que para llevar a cabo esto teníamos que dedicarnos a escribir el proyecto: las razones, los lineamientos, los fines, los objetivos, etc. Inclusive, también, los estatutos para formalizar una Asociación Civil sin Fines de Lucro, y para todo ese trabajo se necesitaba que dedicáramos tiempo. A todos se nos complicaba porque teníamos que repartir nuestro tiempo entre el hospital y la consulta privada. Al final, yo les propuse pedir un permiso a la Universidad Central de Venezuela, donde era docente, y me dieron lo que se llamaba una excedencia activa, eso era un permiso no remunerado, pero donde conservabas tu saldo de antigüedad. Este permiso debía convenirse entre la UCV y una empresa o cualquier otra universidad, se hizo entonces un contrato entre la UCV y la UCAB, es decir, yo quedaba a la orden de la Católica con un permiso de la Universidad Central.

Es en este punto donde aquella conversación al aire entre tres colegas, con una vaga idea para crear un centro hospitalario adjunto a una universidad privada, empieza a tomar forma.

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Necesitábamos ‘unos realitos’ y una oficina para comenzar, también decidí que una de las cosas importantes era tener un equipo de trabajo del ambiente empresarial. Además de médicos, necesitábamos un equipo que nos ayudara en la parte económica y sobre todo a conseguir donaciones, que diera credibilidad al proyecto. En ese momento fue cuando visité a Eugenio Mendoza, quien inmediatamente me dijo ‘¡caray, formidable este proyecto!’.

Para conseguir más dinero se me ocurrió ir a la Fundación José María Vargas, dirigida por el Dr. Rafael Rísquez Iribarren, hombre de gran capacidad y un personaje muy interesante, mucho mayor que yo. Rafael me dijo, ‘no te preocupes, Alberto, vamos a darte cincuenta mil bolívares para este año’. Con esos cincuenta mil bolívares arreglamos una oficinita, contratamos a una secretaria que se llamaba Conchita Echeverría, prima de Gloria Echeverría de Pérez. También compramos unos típicos escritoritos de esos grises. Y así empezamos a funcionar. Teníamos ya una oficina, teníamos ya una promesa de una universidad, teníamos ya la promesa de ayudarnos de Eugenio Mendoza.

Durante este año me dediqué a escribir la visión y los objetivos, a hacer los estatutos y justificaciones de nuestro programa, de nuestro proyecto. El Dr. Manuel Acedo Mendoza fue quien hizo el esquema legal, yo le hablaba y él me interpretaba y lo escribía en su forma. Nos reuníamos sistemáticamente para ver los avances y definir lo que lo faltaba.

El proyecto iba avanzando en su conceptualización y en su estructura legal, crítica para la creación de la Asociación Civil que daría viabilidad al proyecto hacia el futuro. Pero era también muy importante involucrar a personas claves que permitieran dar impulso y credibilidad. Empezamos también a interesar a médicos, por un lado, escogidos por nosotros, y personajes no médicos, del ambiente empresarial. Entre los médicos había profesores nuestros, personas reconocidas, como eran, por ejemplo, Arnoldo Gabaldón, quien estuvo con nosotros en la junta durante unos 10 años. Y otros como Gustavo García Galindo, quien también nos acompañó dándole peso a la propuesta.

Teníamos ya un proyecto escrito y unos papeles legales, necesitábamos ahora buscar un sitio, una locación. Yo había hablado con mi tío Pedro González Rincones para que estuviera enterado, como médico y como mi tío, y conocer también su opinión. Cuando le mencioné la necesidad que tendríamos de un terreno, él mismo fue quien nos sugirió, ‘pero, chico, vamos a hacer una cosa, vamos a preguntarle a Mamatina si nos cede parte de los terrenos de La Trinidad’.

Ahora voy a explicar quiénes son esos personajes. Pedro González Rincones, viudo de Blanca Baldó, hermana de mi mamá, tenía un hermano mayor, médico también, muy célebre, que se llamó Rafael González Rincones, y a quien cariñosamente la familia lo llamaba Papá Ráf. Papá Ráf murió y su viuda se llamaba Ernestina, era francesa y la llamábamos cariñosamente Mamatina. Eran Mamatina y Papá Ráf. Con esa idea del tío Pedro fuimos a hablar con Mamatina. Nos reunimos con ella y también con las dos hijas, Graciela González Rincones de Vellutini e Ivonne González Rincones de Klemprer.

Días después nos llamaron y nos dijeron que habían visto unos terrenos que nos podían donar. Fuimos a ver el sitio y cuando llegamos vemos que era una montaña. La Sra. González Rincones nos dice ‘éste es el terreno que tenemos ahorita’, nada menos que de 10 hectáreas.

Y fue así, al final del año 65 o principio del 66, que se realizó la firma de la donación.

Cuando el gobierno de Caldera construyó el túnel de La Trinidad, esos terrenos se pusieron a valer. El primer proyecto arquitectónico lo hizo Enrique Gómez. Y digo primer porque luego hubo mucha gente involucrada.

Carlos Klemprer comienza a trabajar con nosotros porque es el esposo de la hija de Rafael González Rincones, de Ivonne. Carlos era un hombre maravilloso en cuanto al trato, la educación y la competencia desde el punto de vista administrativo. Era prácticamente el que le administraba los bienes a su suegra, Mamatina. Desde el principio, Carlos estuvo siempre dispuesto a ayudarnos y estuvo con nosotros, fue el presidente que sucedió a Eugenio Mendoza por su nivel de compromiso y competencia y porque, además, representaba a la familia González Rincones, quienes habían donado el terreno. Era un individuo que sabíamos que podía ser muy útil para el proyecto, y así lo fue.

En el año 1965, después de una conversación con Eugenio Mendoza, me dijo: ‘Alberto, hay que hablar con Pablo’ (Pablo Pulido), quien estaba en Boston haciendo una especialización en MIT. Yo iba para los Estados Unidos a un congreso de nefrología en Washington y aproveché para ir a Boston. Viajé hacia finales del año 65 y entonces hablé con Pablo. Le dije todo lo que estábamos planeando, todo lo que se estaba haciendo. Le dije, ‘nosotros necesitamos una persona que sea un gerente ejecutivo, que le dedique cuerpo y alma a desarrollar este proyecto, porque si no se queda en pensamientos… y en papel’. Pablo me dijo que estaba dispuesto”.

 

Tras casi media hora de remembranzas, el Dr. Alberto Guinand Baldó hizo una pausa larga y dijo “hijos, estoy cansado… luego hacemos una segunda parte”
Falleció a los tres meses de esta conversación familiar y nunca pudo concretarse esa segunda parte. Sin embargo, lo que aquí queda descrito es el legado de un médico quien se empeñó, junto a un grupo grande de personas, en convertir un sueño en un proyecto concreto y luego en una realidad que, al día de hoy (2025), lleva 61 años brindando salud y educación de la más alta calidad.

 

Sus hijos, los hermanos Guinand Hernández.